El mundo está lleno de leyes: leyes jurídicas, leyes físicas, leyes biológicas... pero todos sabemos cuáles son las más presentes en la vida cotidiana, más incluso de la gravedad. Estoy hablando, queridos no-lectores, de las Leyes de Murphy.
Todos nos reímos con ellas, sí, parecen muy graciosas cuando nos las recitan o incluso cuando le pasan a alguien ajeno. Pero llegan a ser una verdadera putada cuando actúan sobre uno mismo. ¿Quién no ha perdido el tren el día de entrega de un trabajo/reunión importantísimos, o ha tenido que irse sin desayunar dejando el suelo pringoso de mermelada? ¿U optar por ir andando tras esperar largo y tendido a que venga el autobús, y luego ver que te adelanta mientras corres desesperadamente?
Os suena, ¿eh? todas estas cositas han hecho que acabemos odiando a Murphy casi tanto como a Spiderman, pero lo cierto es que, en ciertas ocasiones, hay un modo de escapar de sus implacables leyes. Jugamos con ventaja, porque las conocemos de sobra, al menos la mayoría de ellas, y eso nos sirve para anticiparnos a las consecuencias.
Ejemplo: hoy estabámos Indy y yo esperando el autobús. Como no podía ser de otra forma, se nos estaba echando la hora encima y no había rastro de él. ¿Qué hacer entonces para hacer que llegara? precisamente, echar a andar cuanto antes, porque como ya sabemos todos, el bus vendría tan pronto como dejásemos atrás la parada. Y así es, queridos no-lectores, no tuvimos que dar ni cuatro pasos para volver la cabeza y ver que el autobús se acercaba.
Y así es como, con un poco de ingenio y suspicacia, se pueden burlar las Leyes de Murphy y salir medianamente exitoso, o por lo menos con la satisfacción de haber sido más listos que la mala suerte.
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