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miércoles, 1 de junio de 2011

Homenaje a Chema Madoz

Camino por la calle, acompañado de la cotidianidad de cada día. El taconeo de los zapatos, la marea de gente y sombreros, la parsimonia de las nubes, el reflejo de un charco. Es un día gris, de esos en los que ves el cielo encapotado, pero sigues esperando a que empiece a llover. Esperando el cambio.

Al torcer la esquina, hay una tienda vacía, en obras, de alguien que se está mudando. Todos los muebles están a la entrada, y los objetos empaquetados en cajas, aún abiertas, despidiéndose. Solo quedan algunos elementos colocados, entre ellos un espejo, colgado en una pared desnuda, sobre el cual incide la luz directamente. Sobre él, alguien ha dejado apoyada una escalera. Me acerco, aún cuando quizás no debería, atraído por el descubrimiento de este objeto, que se abre ante mis ojos como una puerta. Me asomo con curiosidad. Debería esperar encontrar mi reflejo, pero ya de antemano una corazonada me ha dicho que no iba a ser así. En lugar de eso, encuentro un acceso a través del espejo, y sin pensarlo apenas cruzo, atravesando un camino de baldosas de cristal, o quizás sea agua, puesto que al pisarlas se enturbian. Al otro lado, me encuentro de nuevo en una amplia habitación, muy parecida a la tienda, pero llena de objetos y muebles distribuidos. Colgadas en las paredes hay varias jaulas, entre las que veo nubes apostadas entre los barrotes, y bivalvos revoloteando, agitando sus conchas. Mapas de estrellas, de tierras desconocidas. Puzzles hechos con gotas de lluvia, desperdigados por el suelo. Pipas musicales. Libros abiertos de par en par, pequeños mundos encajonados en una estantería.

Esto es lo que se vendía en esta tienda: ocurrencias y regalos, fragmentos de realidad con una pequeña poesía dentro, objetos cotidianos envueltos en ironía y reflexión.

Oigo pasos detrás de mí. Me giro, y un hombre me sonríe, mientras avanza un poco.

-Bienvenido a mi trastienda. ¿En qué puedo ayudarle?

-¿No está cerrado? He visto cajas de mudanza...

- Eso es tan solo la tienda, lo que se mira, pero no se ve. La gente que realmente quiere algo de aquí pasa a la trastienda.

-Lo cierto es que solo estaba mirando, ya me iba.

Antes de marcharme, me paró un momento, buscó en su estantería y me tendió un libro. “Regalo de la casa”, me había dicho. Intenté abrirlo, pero parecía que su páginas estaban fuertemente pegadas, era imposible.

-Tienes que leerlo por aquí -me dijo el hombre, y me señaló con el dedo una pequeña mirilla que había en la portada.

Volví a casa y eché una ojeada al libro. Creí no haber visto nunca algo tan maravilloso como lo que había en su interior, pero luego me di cuenta de que todo estaba a mi alrededor, en la cotidianidad, solo que no me había percatado de la belleza que residía en su simplicidad.

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En serio, cuanto más sé de este hombre, más le admiro. Os recomiendo que echéis una ojeada a su obra.