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martes, 4 de enero de 2011

El Ascensor.

El chaval se quedó quieto al entrar en el edificio, estaba abarrotado de gente. Caminaban en todas direcciones, cada uno enfrascado en sus propios problemas, avanzando decididamente y sin detenerse a pedir disculpas al empujarse unos con otros. Todos ataviados con sus corbatas y sus mocasines abrillantados, maletín o carpeta en una mano, teléfono en la otra. Casi todos eran hombres, había muy pocas mujeres además de las recepcionistas, tecleando sin pausa en sus ordenadores mientras atendían a los visitantes.

Miró durante un rato el alboroto que reinaba. Sabía que allí se iba a trabajar, pero el ambiente estaba demasiado cargado.

Aunque... en realidad, ni siquiera sabía con certeza que ese fuera un edificio de trabajo. No recordaba cuándo decidió entrar, ni por qué. Sí recordaba que tenía que ir a un lugar, le habían mandado a por algo...

No le dio muhcas más vueltas al asunto, parecía que su cabeza no tenía muchas ganas de permanecer en el mismo lugar que su cuerpo ese día. De la misma forma autómata de la que había entrado al edificio, empezó a caminar por la enorme recepción, esquivando a la gente que caminaba por allí como una autopista sin dirección ni control. Echó un vistazo hacia arriba, en busca de algo o de nada, y se topó con que el edificio era completamente diáfano, podía ver los pisos que había sobre su cabeza, hasta llegar a un abobedado techo de cristal, por el cual se colaba la luz del sol radiante. Había un montón de pisos, ahora que se fijaba. Tal vez se tratara de un rascacielos.

Volvió la vista al frente y siguió indagando. Al observar a la gente, se dio cuenta de otro detalle curioso: todos subían y bajaban los pisos por las escaleras. Había montones de ellas, muy anchas, hechas para que circulasen varias personas por ellas. ¿Es que no había ascensores? Buscó un poco con la mirada, pero solo veía escaleras. Debe ser una auténtica tortura subir a los últimos pisos, pensó el chaval.
De repente, sus ojos se toparon con una puerta metálica, vieja y deteriorada, con un botón a su derecha. El ascensor.
Avanzó hacia el ascensor. Nadie más parecía fijarse en él, puesto que nadie se subía o salía de su puerta. Alomejor estaba averiado, aunque no había ningún cartel que lo notificase.
Al llegar hasta la puerta se quedó quieto un instante. Sentía una sensación extraña en el cuerpo, y por un momento se encogió levemente, sin darse cuenta. Creyó oír algo tras la puerta, como gemidos...

Cuando volvió a ser consciente de lo que hacía, se vio a sí mismo, reflejado en el espejo que había dentro del ascensor. Detrás de él, llegó a ver el último atisbo de luz de la recepción, antes de que la puerta se cerrase secamente, haciéndose el silencio.
El ascensor no tenía nada que ver por dentro y por fuera. Su interior parecía más nuevo, más limpio. Era sencillo, con paredes plateadas, el espejo ocupando la pared del fondo, y a la izquierda un panel enorme con un montón de botones, correspondientes a los pisos. Efectivamente, se trataba de un rascacielos. Se le ocurrió entonces subir al piso más alto, seguramente tendría unas vistas maravillosas. Buscó en el panel, pero se encontró con algo desconcertante: los botones estaban completamente desordenados. Al lado del "0" estaba el "14", luego aparecía el "8", y etcétera. No solo eso, sino que había además un montón de sótanos, ya que, buscando el botón deseado, se tropezó con el "-13".

Tras lo que pareció una larga búsqueda, encontró al fin el botón del piso más alto, el "20". Lo pulsó, esperando que apareciese la típica puerta corredera antes de que comenzase a subir plantas, pero en lugar de eso sintió una sacudida del aparato, y un ruido sordo le inundó los oídos. En el monento en el que el ascensor comenzó a bajar en vez de a subir, se dio cuenta de que no había sido una buena idea tomar el ascensor, y creyó caer en la cuenta de por qué nadie lo cogía ni lo miraba siquiera. Miró el botón que había puslado, un error fatal: "-20"

La angustia estaba extendiéndose por su cuerpo, tensando sus músculos y cerrando su mente.
Joder, pensó, alguno de esos cabrones me podía haber avisado de que esto hacía lo que le salía de los cojones.
El ascensor bajaba, mientras seguía escuchandose ese ruido que le ponía de los nervios. Sonaba como si fuese rozando con las paredes del hueco, como si no tuviese espacio, pero no era un sonido chirriante o metálico. Le resultaba mucho más siniestro, y era porque parecía que el ruido lo estaba emitiendo algo vivo, algo consciente.
Miró hacia la puerta, y comprobó de nuevo que no había una segunda puerta corredera entre él y la de salida, sino que el ascensor bajaba tal cual. Al bajar la primera planta, vio una nueva salida, también metálica, pero de un color rojo oxidado. En la parte superior de dicha puerta había un número escrito, y cuando el chaval lo leyó, no necesitó mirarse al espejo para saber que había empalidecido a una velocidad vertiginosa. El número era "-73".

Pero qué coño...

Miró de nuevo hacia el panel, en busca de algún botón que parase el ascensor o que hiciese sonar la alarma de ayuda. Nada. Se pegó a la pared del espejo y por un momento pensó en empujar la puerta para intentar abrirla, pero algo le decía que estaría más seguro dentro del ascensor.
Continuó bajando a una velocidad constante, ni muy rápida ni muy lenta. Lo único que veía era la sucesión de puertas que iban quedando arriba mientas él continuaba bajando. A medida que lo hacía, el silencio se volvía más y más denso, oyéndose únicamente aquel ruido que parecía hablarle, amenazándole mientras lo que quiera que fuese aquéllo se lo tragaba tierra adentro. Sentía que cada vez había más tierra sobre su cabeza. El miedo y la angustia se tornaban casi insoportables, pero no se atrevía a gritar, ni siquiera a moverse. Se había pegado a la pared del espejo y allí permanecía, con todos los músculos en absoluta tensión, tanto que le dolían, pero aún así no se atrevía a moverse ni a hablar. Volvió la vista al panel, los disparatados números que aparecían en las puertas le ponían tan nervioso que pensaba que si seguía mirando se volvería loco de remate. Eso si no lo estaba ya. Pero sobre el panel de botones descubrió que había una pequeña pantalla en la que aparecían los números de las plantas por las que pasaba. No había reparado en ella antes.
-45; -9; -176; -81... No era posible, la mayoría de los números no aparecía en el panel. Llegó un momento en el que incluso no aparecían números, sino símbolos o letras de otros alfabetos.

Basta. Que pare ya joder... que pare para que pueda volver a subir... joder, ¡para ya...!

El trayecto cada vez se volvía más insoportable. Él no veía el hueco por el que estaba bajando el ascensor, pero sabía que era completamente irregular. A veces se estrechaba tanto que las paredes del aparato se contraían ligeramente, volviendo luego a su estado original. Otras veces se estrechaban solo algunas de ellas, provocando desniveles y haciendo que resbalara y cayera a una de las esquinas del cubículo. Pero a pesar de ello el ascensor mantenía su velocidad constante.
A fuera se empezaban a escuchar otras cosas además del ruido sordo que le estaba haciendo perder la cabeza. Oía voces mezcladas que hablaban, algunas dialogando, otras a la vez, acompasadas y desacompasadas, en idiomas que no conocía. Tal vez ni siquiera fuesen idiomas. Volvía a escuchar los gemidos que había oído al principio, cuando aún no había montado en el ascensor, esta vez mucho más nítidos. Había sufrimiento al otro lado de las puertas, y un miedo sobrenatural, más del que podía haber sentido nunca y del que sentía dentro del ascensor. Y junto a todo eso, el jodido ruido sordo. Lo que fuera o quien fuera que lo emitía, era el que provocaba todo ese sufrimiento y miedo, y muy pronto iba a toparse con él.

Al fin, el ascensor se detuvo delante de una puerta: la "-20". Le parecía todavía más raro que después de todas las puertas que había pasado, llegara precisamente a que había marcado.
El silencio ahora era absoluto, no se oía nada. No lo pensó dos veces, se levantó de un salto y fue directo al panel para pulsar el botón "0", ni siquiera se había dado cuenta de que se había quedado hecho un ovillo en el suelo.
Cuando fue a pulsarlo, una fuerte sacudida empezó a tambalear el ascensor. La puerta empezó a moverse, como si una ráfaga de aire que soplaba desde fuera la hiciese abrirse. Cuando paró la sacudida, la puerta estaba abierta, quieta. El chaval intentó no mirar, pero no pudo evitarlo. No había ni una sola luz fuera, la oscuridad era plena y densa. Lo único que veía era lo que la luz del ascensor le permitía: un suelo sucio y negro, y una escalera un par de metros al fondo, que tan solo subía. Lo demás era Negro.
De repente, otra vez, el ruido sordo le cogió por sorpresa. Esta vez era estruendoso, estaba ahí, delante de él, la cosa que le había conducido hasta allí éstaba ahora delante de él. No era capaz de verlo, tan solo había oscuridad. Gritó de pánico, y en medio de todo el caos mental se le ocurrió que tal vez el ser no era más que ese ruido, ese infernal ruido que aterrorizaría hasta al mismísimo Diablo. En algún momento llegó a pulsar otra vez el "0", porque la puerta metálica se cerró y el ascensor comenzó a subir. Entonces se desplomó en el suelo y perdió la noción del tiempo, mientras el incesante ruido seguía sonando, ya no sabía si era en su mente o en si seguía allí.

La puerta se abrió de nuevo, descubriendo el recibidor. El chaval debeía de sentirse aliviado, pero en lugar de eso miraba de un lado para otro, aún con el ruido metido en sus entrañas. La gente le miró, pasmados y asustados. Algunos avanzaron hacia él, zarandeándole. ¿Por qué? Se estaban empezando a poner también nerviosos, y no hacían más que llamar a un médico mientras le sujetaban y zarandeaban cada vez más manos.
Entonces se dio cuenta de que el ruido ya había quedado atrás, que lo que oía no estaba en su mente, sino que eran sus propios gritos desgarrados, que estaban aterrorizando ahora a toda la recepción. El descubrimiento lo hizo gritar todavía más, se zafó de las manos ajenas con una facilidad increíble, empezó a repartir puñetazos y bofetadas al aire, y cada vez que sus brazos se topaban con alguien, éste desaparecía como su fuese bruma. Al rato de atacar al vacío, su cerebro le fue comunicando lo que veía: blanco, color blanco por todas partes. Cuatro paredes blancas, y algunas personas a su alrededor, esta vez reales, que llegaban desde una puerta y llegaban hasta él, sujetándole. Sintió un ligero dolor en un brazo, y vio una aguja saliendo de su carne.
Sintió que su cuerpo se relajaba, que perdía la sensibilidad. Otra vez.
No podía articular palabra, bien por el potente sedante o bien por los nervios, pero intentó lanzar un pensamiento de súplica a los médicos para que no se fuesen.

Por favor, no me duerman... no me hagan volver...

Todo inútil. Fue perdiendo de vista nuevamente las paredes blancas, implutas, que fueron sustituidas por paredes metálicas llenas de números y símbolos.
Y de nuevo, ese espantoso ruido que le acompañaría hasta la muerte.

2 comentarios:

  1. Un gran relato. Desconcertante y sobrecogedor.
    Felicidades, señor Gael ^^
    Saludos ~

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  2. Me encanta el texto, es brutal. Además te atrapa en la lectura absolutamente...
    ^^

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